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lunes, 12 de noviembre de 2007

"From the Edge...", last entry/"Desde la orilla...", última entrada

Finally we are coming to the end of the almost endless essay "From the Edge, Both Real and Imaginary". Scroll down for the English version and the preceding chapters.

Por fin, el final del larguísmo ensayo, "Desde la orilla, real e imaginaria". Los capítulos previos se pueden encontrar más abajo. Las imágenes de esta entrada consisten en primero, dibujos y grabados de niñas, a petición de Angel de la Rueda, y fragmentos del políptico "America en Extremo".

"Mamá enojada con su pequeña hija"/"Mommy mad at her little girl", 1953

Realmente no me gusta demasiado admitir que he enfrentado circunstancias para las cuales me he sentido poco preparada, que no he enfrentado bien, que me han abrumado, pero ya que lo pienso, sí me ha pasado, y recientemente.
La verdad, la década de los noventa no me fue fácil. En cuanto a mi carrera, es cuando me establecí bien, supongo. Incluso ahora me quedo atónita cuando recuerdo cómo trabajaba. Por ejemplo, cuando iba a exponer en el Museo de Arte Moderno, fui a ver la sala, y me asusté. Se veía enorme; me sentía de tamaño normal, pero mi obra se me hacía... infinitamente chica. Bueno, de tamaño, comparada con el lugar que tenía que llenar. No sé que es que impulsa a los hombres a hacer cuadros de tres por cinco metros, pero en mi obra un cuadro grande es de un metro por un metro. A lo mejor todo empieza por el hecho que los hombres tienden a tener sus talleres en otros lados, donde sus familias no los distraen, talleres que suponemos han de ser enormes y llenos de bocetos y cuadros en proceso y elementos de instalación y tarros medio vacíos de pintura y botellas vacías de vino y cajas de pizza deterioradas, etc. Siempre he tenido mis talleres en mi casa, así puedo trabajar mientras vigilo lo que está en el horno y volver a trabajar cuando los niños están dormidos (antes cuando mis niños no eran los hombres que ahora son.) Esto quiere decir que trabajo en mesas y en paredes no más altas que dos metros y pico. Además, por naturaleza me gusta trabajar dimensiones no muy grandes, es más íntimo.
Entonces para poder llenar aquel espacio me hice un calendario de lo que tenía que terminar y cuándo. Lo que más recuerdo es que decidí que no tendría tiempo para ir al cine en unos ocho meses. Pero sí llené las paredes, y después de eso las de varios museos más.


"En suma, vista como una existencia que aparece en un alma, el mundo entero para cada quien es peculiar y privado a su alma en específico...FM Bradley citado por TS Eliot/"In brief, regarded as an existence which appears in a soul, the world for each is peculiar and private to that soul" FM Bradley quoted by TS Eliot, 1993 (I)

Al mismo tiempo (¿por no ir al cine?) mi vida social era cada vez más deficiente. Los círculos sociales del mundo del arte iban cambiando. En los ochenta, estuve bien dentro de ese circuito. Pero el mundo iba cambiando, y yo también, y poco a poco me encontraba más aislada. Volvía a rondarme el fantasma de ser la marginada. Y ya no tenía una pareja que me ayudara a integrarme. Es más, la mayor parte de la década no tuve pareja, y cuando la tuve, me complicaba más las cosas en vez de solucionármelas. Tenía unos amigos, buenos pero bastante ocupados, no exactamente un buen sistema de apoyo. Luego mis hijos se independizaron. Creo que fue en 1996 que empecé a vivir sola, prácticamente por primera vez en mi vida. Esto es sin contar seis meses en Boston en 1970, antes de meterme a una comuna de mujeres.
Mi hijo Andrés me regaló un gato cuando se fue. Todavía lo tengo, un siamés con mucho carácter y luego compré en Mercado Sonora una gata que nos resultó algo carente de carácter, pero que funge bien como mascota del siamés. (Andrés ya tenían cuatro gatos: Violencia, Crisis, Caos y Sismo. Quería regalarme más, pero me resistí.)

"En suma..."/"In brief ...", (II)


Y me pasó otra cosa. Desde 1994, empecé a tener anemia. Nadie (léase doctores) sabía por qué. Bueno, tenían sus teorías pero no me podían curar. Me había vuelto vegetariana pero volví a comer carne con la esperanza de sanarme. Y volví con una ex-pareja con la esperanza de alegrarme. Ninguna de las dos cosas tuvo el efecto deseado.

En el dos mil hice una buena exposición (es decir, una que me satisfizo) en la galería de Arte Mexicano. Pensé, bueno, no tengo pareja, no tengo energía, pero estoy funcionando. Fui a sacar un certificado médico para tener seguro y el ginecólogo decidió que tenía un tumor en el útero. Estaba equivocado, pero sí tenía un quiste en un ovario. Luego me quiso operar y quitarme el ovario, ¿o eran los dos? y además el útero. “¿Pero por qué el útero?” le pregunté desconcertada. “¿Para que lo quieres?” me contestó.
Me hizo tomar una serie de exámenes caros y desagradables (como una tomografía.) Después de varios meses de estar especulando acerca de cuándo y cómo podría morir, fui a otro doctor. Este decidió tratar el quiste con hormonas (cosa que resultó) pero a pesar de la mejoría estaba yo cada vez más triste y sin energía. Fui a dar una plática a unos niños de preprimaria sobre que es ser “pintora” y la primera pregunta fue, “¿Por qué estás tan amarilla?” Y, mi cara estaba extrañamente hinchada. Así que no me sentía muy bonita que digamos. Además, estaba pasando por la menopausia. No nos gusta hablar de eso porque es como dejar caer el dato de que estamos al punto de dejar de ser “babes”, como dice una amiga, pero el hecho es que me estaba pasando y estaba sola. Pasaba días en el sofá sin ganas de hacer nada, y la idea de vivir treinta años más (suponiendo que llegara a tener ochenta) me llenaba de angustia, porque no se me ocurría nada que hacer con todo ese tiempo. Fue en ese entonces que una amiga, para un proyecto suyo, me hizo una entrevista en la cual cada vez que me preguntaba algo sobre la historia de mi vida, me echaba a llorar.

Otra vuelta/Another whirl, 1985
Finalmente me rendí y fui a un buen internista. Durante los años previos mi concepto de “doctor” había sido limitado a ginecólogos y doctores naturistas, para mi desgracia. Resulta que ya llevaba unos diez años de un hipotiroidismo cada vez más agudo. Se alenta el cuerpo, te engordas o te hinchas, te vuelves anémica, produce depresión...muy fácil de tratar, pero tardas un rato en normalizarte. Lo que me molesta es pensar cuán distinta podría haber sido esa década si no hubiera tenido este asunto bajando mi ánimo y robando mis energías.
De todos modos, aún con la bronca médica bajo control, la interacción del hipotiroidismo con la menopausia me había producido un bajón químico que era difícil de revertir. Seguía sintiéndome con una nube gris alrededor. O con un bloque de cemento encima. Seguía manejando mientras lloraba, y llorando mientras manejaba. Me recetaron un antidepresivo y no me pude parar de la cama. Se lo comenté al doctor y no me quitó el antidepresivo, pero me mandó vitaminas para viejitos. Lo dejé de tomar de todos modos. (Tomé las vitaminas). Ahora me he enterado de que dar antidepresivos es como inventar un cóctel personal para cada quien por prueba y error, con la posibilidad de no pueden dejar el tratamiento después. Entonces, a lo mejor no me perdí de mucho al evitarlos.
También me metí a un club muy acá con vapor y máquinas y personal trainers y lloraba en el yoga. La instructora estaba muy conmovida. Pensó que me había provocado una experiencia espiritual.


El cumpleaños de Sylvia/Sylvia's birthday, 1983
Fui con una terapeuta y salía llorando más fuerte. Como Alicia, corría el riesgo de ahogarme en mis propias lágrimas.
No fui totalmente improductiva. Eché a andar varias cosas que luego me fueron de mucha ayuda. Una fue el aceptar dar una clase de gráfica alternativa en La Esmeralda, escuela de arte. Cuando empecé a dar clases ya había salido de mi bache, pero hoy en día encuentro el trabajo en la escuela una conexión orgánica y vital con el mundo que me hace mucho bien. Finalmente, ¿que podría ser más divertido que convivir con estudiantes de arte?
También empecé una nueva veta en mi producción, piezas que tienen menos que ver con “mujeres en su intimidad”, lo que solía ser mi tema predilecto, y más con la historia, historias personales, quizás, pero historia, al fin. Como que empecé a salir de mí misma, en cuanto a temática. Hice, por ejemplo, una instalación de imágenes trabajadas con transferencia y costura, basadas en fotografías de los pueblos indígenas de los extremos de América: Alaska, Canadá y Patagonia. Es una especie de narración de la época de su encuentro con los europeos, encuentro que resultó particularmente devastador en el sur. Me involucré mucho con las imágenes de esta gente al hacer el proyecto. Estaba tratando de reconstruir algo, de darles presencia y voz a pueblos marginados en su momento por su situación geográfica y su desventaja en cuanto a desarrollo, y finalmente, marginados también en el tiempo.


El cumpleaños de Pati/Pati's birthday, 1983

Paralelamente me encargaron, para el coloquio de artistas mexicanas y chicanas, una ponencia con el tema de “Sobrevivencia como artista.” En un principio me dio pánico, entre otras cosas porque no estaba tan convencida de que había sobrevivido o que sobreviviría. Pero resultó ser un vehículo para articularme, una forma de procesar lo que me estaba pasando.

Y tuve suerte, me enamoré. Esto fue muy útil porque el enamoramiento produce muchas endorfinas, que contrarrestan la deficiencia química. Produces tu propia droga antidepresiva. Además, la suerte fue no tanto enamorarme (ya tenía un buen de experiencia con el fenómeno con resultados regulares), sino enamorarme con alguien con quien tenía la posibilidad de desarrollar una buena relación. ** No sé si podría ser receta médica, pero en mi caso, me encarriló otra vez. Así pude empezar a apreciar lo que nunca había perdido pero no estaba en condiciones de ver --vean, me estoy volviendo insoportablemente cursi, ya sé porque rehuía escribir todo esto. Pero efectivamente “fue triste mi historia, y su final feliz.” Sospecho que no tengo todo bajo control, pero ha vuelto mi optimismo incurable y la ilusión que yo sí puedo con todo...hasta con dos nacionalidades.

--Carla Rippey

*El buen gato Akira duró once años, hasta el verano pasado. Lo extrañamos.
**"Una buena relación" –cinco años más tarde, seguimos sin rendirnos.

Un pastel para dos bastoneras/A Cake for two baton-twirlers, 1984
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OK, you have arived at the English version! The images for this entry are drawn from drawings and prints of little girls (at the request of Angel de la Rueda) and fragments of the polyptych, "The Farthest Reaches of America".

Fragmento/"America en extremo"/Fragment,"The Farthest Reaches of America", 2001-5

I really hate to admit that I’ve come up against situations that I’m not prepared to face, situations that I’ve handled badly, and that have overwhelmed me, but it has happened, and not so long ago.
The fact is that the nineties were difficult for me, although as far as my career is concerned, this was the period in which I really established myself as an artist. Now I’m amazed when I think back on how hard I worked. For example, when I was going to show in the Museum of Modern Art here in Mexico City, I went by to check out the museum spaces destined for my exhibit, and I was terrified. They looked enormous. I mean, I was of a normal size, but my work seemed…infinitely small, compared to the space I had to fill.
I don’t know what motivates men to make pictures nine by fifteen feet (for example), but in my production a big piece is three by three feet. Maybe it all starts with the fact that male artists tend to have their studios away from their homes, where their families can’t distract them, studios which we envision as huge and full of sketches and canvases being worked over and half-empty cans of paint and empty wine bottles and boxes of deteriorated pizzas, etc. On the other hand I have always had my studio in the house, so that as I work I can keep an eye on whatever is in the oven and go back to work when the kids are asleep (back when my children were boys, not the men they are today). This means that I work on tables and on walls no higher than around eight feet. Besides, I like working in smaller dimensions, it’s more intimate.

Anyway, in order to fill that impossible museum space, I made myself a calendar of what I had to finish, and when. And I distinctly remember that I decided that I didn’t have time to go to the movies for eight months (I basically worked from 9 AM until midnight or later). But I did fill the museum halls and those of several other museums after that.

Fragmento,"América en extremo"/Fragment, "The Farthest Reaches of America, 2001-5


At the same time (because I didn’t go to the movies?) my social life was increasing deficient. The circles in the art world were changing. In the eighties, I was quite integrated into the social circuit. But the world was moving and so was I, and little by little I found myself more isolated. The phantom of being the outsider was coming back to haunt me once again, and now I didn’t have a spouse to drag me to exhibits and parties, etc. I actually was alone most of the decade, and when I wasn’t, it made things worse instead of better. I did have friends, good but extremely busy friends, which was not exactly a support system. Then my kids grew up and moved away. I think it was in 1996 that I started to live totally by myself, for the first time in my life (except for six months in Boston in 1970, before I moved into a women’s commune).
My son Andrés gave me a cat when he left. I still have him*, a Siamese with a lot of character, and later I bought a female cat at a local market, who turned out to have not so much character, but she functioned well as a pet for the Siamese. (Andrés had four cats, whose names translate as Violence, Crisis, Chaos, and Earthquake. He wanted to give me more cats but I resisted.)

Something else was happening to me. In 1994 I started becoming anemic. Nobody (that is, no doctor I consulted) knew why. They did have their theories but these led to no effective cure. I had been vegetarian for a while but I started eating meat again, thinking that might make me healthier. And I got back together with one of my exes, thinking that might make me happier. Neither plan had the desired effect.
In 2000 I put up a good show (good, meaning I liked it) in “Arte Mexicano”, Mexico City’s oldest gallery. Well, I thought, no energy, no spouse, but at least I’m functioning.


Fragmento, América en extremo"/Fragment, "The Farthest Reaches of America", 2001-5


Then I went to get a medical certificate for insurance purposes and the gynecologist decided that I had a tumor in my uterus. He was wrong, but I did have a cyst in an ovary. So the doctor decided to operate and take out the ovary (or was it both ovaries?) and remove my uterus as well. “But why the uterus?” I asked, disconcerted. “What do you want it for?” He answered back.
I went through a series of expensive and very disagreeable examinations (like a cat scan, where they got confused and scanned the wrong part of me). After a few months of speculation as to how and when I might die, I changed doctors. The new doctor treated the cyst with hormones (it worked) but in spite of this advance I was progressively more listless and unhappy. I went to give a talk to some preschool kids about what it’s like to be an “artist” and the first question was, “Why are you so yellow?” And my face was like, puffy. So I didn’t feel exactly beautiful. Besides, I was going through menopause. We women hate talking about is because it lets out the fact that we’re about to stop being “babes”, as a friend of mine puts it, but the fact is, it was happening to me, and I was alone. I spent days on the sofa with no desire to do anything, and the idea that I might live thirty more years (supposedly, if I made it to eighty) horrified me, because I couldn’t imagine whatever in the world I would do with all that time. It was around then that a friend interviewed me for a project of hers, and every time she asked me a question about my life history, I started to cry.
Finally I gave in and went to see a good doctor of internal medicine. Up to then my idea of a “doctor” had been limited to gynecologists and naturopaths, unfortunately. And it turned out that I had been suffering from hypothyroidism for at least ten years, each year worse than the preceding. This condition slows down your system, making you retain liquids and thus get fatter or at least puffy, and it can cause anemia, as well as depression…it’s very easy to cure, but returning to normality takes a while.
What annoys me is to think how different those years could have been without this business robbing me of my energy and good spirits.

Fragmento, "America en extremo"/Fragment, "The Farthest Reaches of America", 2001-5
Nevertheless, once the medical problem was under control, the interaction of the hypothyroidism with menopause had produced a chemical downward spiral that was difficult to reverse. I still felt like I was moving in a gray cloud, or trapped under a ton of cement. I kept on driving while I cried, and crying as I drove. I was prescribed an antidepressant which finished the job of destroying my energy. I told the doctor and he didn’t take me off it, he just added vitamins for the elderly to my prescription. I stopped taking it anyway (I did take the vitamins).
Since then I’ve learned that prescribing antidepressants is like inventing a personal cocktail by trial and error, with no guarantee that the treatment will work right away or be temporary. So maybe I didn’t miss much in avoiding the pills.
I also started going to a very posh club with a steam room and exercise machines and personal trainers, and I cried during yoga. The instructor found this very touching. She thought I was having a religious experience.

Viajes a las pirámides, I/Trips to the Pyramids, I, 1985

I went to a therapist and left crying harder. Like Alice, I was in danger of drowning in my own tears.
I wasn’t totally unproductive. I got going on several things that were to prove very useful for me. One was to accept an invitation to give an experimental printmaking class in a university art school. When I finally began to teach, I had already recovered my spirits, but the work provides me with an organic and vital connection with the world which has been very positive for me. Anyway, what could be more fun than hanging out with art students?

I also started exploring a new vein in my own work, doing pieces that were less concerned with “women in their intimacy” (my old specialty) and more with history, personal history, probably, but history, nevertheless. Perhaps I was starting to grow beyond myself, thematically.
I made, for instance, an installation of images, sewing on transfers from photographs of the indigenous peoples of the extremes of America: Alaska, north Canada, and Patagonia. It was a sort of narration about the period of their encounter with the Europeans, an encounter which was particularly devastating for the groups from the southern hemisphere.
I got very involved with the images as I worked on the project. I was trying to reconstruct something, to restore in some measure the presence and voice of these people, excluded and endangered during their lifetime, and now fading from memory, isolated in the past.

Viajes a las pirámides, II/Trips to the pyramids, II, 1985

Around this time I was also asked to participate in a conference of Mexican and Chicana artists, with a paper entitled “Surviving as an Artist”. At first I was panic-stricken, partly because I wasn’t so sure that I had really survived or if I would continue to do so. But the essay turned out to be a vehicle for articulating myself, a way of processing all I had been going through.

And I got lucky, I fell in love. This was very useful because falling in love produces lots of endorphins which counter arrest deficient body chemistry. You produce our own antidepressant drug. Anyway, the lucky part was not only to fall in love (which I’d already done a lot with mixed results) but also to do so with someone with whom I had a chance of building a decent relationship.**
I don’t know if this remedy could be prescribed to the public at large, but it certainly got me back on track. So that I could start appreciating all that I really hadn’t lost, but had lost the ability to perceive—wait, I’m about to get ridiculously maudlin; no wonder I hesitated before writing about all this “personal stuff”. Anyway, the story was sad, but not the ending.
I suspect I don’t have everything exactly under control, but my incurable optimism is back, along with the illusion that I can handle anything…even two nationalities.

--Carla Rippey

*Good old Akira the cat lasted out eleven years, until last summer; we miss him.
**"decent relationship" --five years later we are still hanging in there...

Akira y su mascota La Rata/Akira and his pet cat, The Rat, foto Dennis Callwood, 2001




domingo, 7 de octubre de 2007

From the Edge, third entry

This is the third part of an essay published in the book, "Cries and Whispers". Following the chronological logic (the redundacy is warranted) of the blog, scroll down to read the second and first parts. Para leer esta entrada en español, ve abajo.

This drawing is one of seven that the series of prints called "The Use of memory" was based on. The image is drawn from a photograph, particially visible, by Flor Garduño/Este dibujo es uno de siete en los cuales se basó la serie de grabados "El uso de la memoria". Se tomó de una fotografía de Flor Garduño, parcialmente visible aquí. 1993
My oldest son has also gone through the experience of being a foreigner, but in his own country. In 1980 my condition of extreme poverty (well, extreme poverty for somebody from the middle class, a condition provoked by my unfortunate lack of staying power, at least in the context of matrimony) was relieved by an invitation to organize a printmaking department in the University of Veracruz. And so I was able to enter real life as a wage-earner with a modest income.
The school year started two weeks after I made the decision to move to Jalapa, and I had to find a grade school for my son. The only school in Jalapa willing to accept him on such an short-term basis was the Díaz Mirón.
Here I must make a parenthesis to say that Díaz Mirón was a famous poet from the state of Veracruz, and a wall at the entry of the school was adorned with a passage from one of his best-known poems. According to my friend Guillermo Rousset, Mexican poet, revolutionary and translator, Díaz Mirón wrote with a perfect dominion of meter, but this didn’t impress me as much as the fact that the fellow was a murderer (but then so was Rousset and in both their cases, for skirmishes with other men, involving women and politics).



The Warrior/El guerrero, 1993


The poem in question, however, I found most irritating, as it was based on what I considered an imperfect metaphor involving the poet characterized as a brave roving lion and the lady to whom he addressed the poem as a shy dove in her nest. As if there were no lionesses and male doves in the world…anyway, at the time I considered myself much more of a lioness than a dove stowed away in a nest, so the daily walk by the poetic mural was a source of annoyance.

The Dïaz Mirón had only one blond child in its rosters: Luciano, my son. To begin with he was the “gringo” and from then on, the object of fierce discrimination. In addition I had foolishly placed him in second grade, though for his age he should have been in first, “because he already knew how to read”. Hounded and younger than his classmates, Luciano’s instinct for survival kicked in and he teamed up with an eleven-year-old, who was also (and once again) in second grade, and who doubled as best friend and body guard.
This friend’s passage for our house was notable for the sudden disappearance of my scissors and an infestation of lice affecting all the members of our family (and revealed to us by an embarrassed barber, who thus ended our previous state of innocence regarding the possible reasons for an itchy scalp).
As a probable consequence of the Díaz Mirón experience, the youngster (who nowadays is a young man with a family of his own) developed and still conserves the habit of conversing with anyone who comes within range (the cigarette vendor, for example) with an automatic and precise replica of their particular accent (an accent usually determined by social class). My other son, who always speaks with the exact same "Mexican Virgo accent", no matter whom he happens to be speaking to, has no patience with this trait and considers his brother to be “savagely chameleonic”, but then, while Luciano was suffering through the Díaz Mirón, Andrés was enjoying a short reign as the teachers’ pet in his nursery school.


An Inventory/Inventario, 1993
There was a time in which I was seriously considering changing my nationality. I finally desisted, because I couldn’t get used to the idea of not being from where I was born. (Back then being a dual national wasn’t an option). And besides, I found out that in the University of Veracruz, where I worked, that to be in the Academic Council, one had to be “Mexican by birth”.
This confirmed my suspicions: Mexicans are born, not made. So much for that.
But when I was still debating a change in nationality, I mentioned the fact to my father over the telephone, and he was scandalized. “What’s the matter with you?” I asked, “We’re a family of immigrants; we have a tradition of centuries of changing countries, from France to Scotland, from Scotland to Canada, from Canada to America, etc...” “But always before” he answered, “we changed for something better...”
Sometimes it appalls me to be from the States. Thinking about my father’s reaction, for instance, or the treatment that “my” embassy gives to the unfortunate visa “supplicants”. Or about Iraq. Or Bush, “oh-my-god”.

I just had the pleasure of being the surprise gift at my mother’s 75th birthday party. My dear mother-- little did I know when I left at eighteen that I would never again live close to her. (But then again at eighteen I knew so little about everything.)


I think of you, therefore you exist.../Te pienso, luego existes...,1993

Right now the big news is that one of my nieces is getting married-- and that her fiancé is going to Iraq for a year. Of course, the poor thing had joined the Army Reserves years ago, probably thinking more of getting an education and helping the victims of natural disasters than of the latent military-action aspect.
Nobody in the family talks much about the year in Iraq. Actually, the emphasis of the line of planning followed by my niece is basically on who the maids of honor are going to be and how to arrange everything so as to all go to the same hairdresser’s before the ceremony (apparently this is an important part of the ritual) when half of them are white and the other half, black, and the hairdressers who know how to fix “white hair” can’t cope with “black hair” and vice versa. Historically I have avoided these dilemmas, being as part of my typical outsider stance I never go to the hairdresser’s, and only after much resistance, of a not very decorous and absolutely unappreciated sort, do I attend weddings.


The labyrinth/El laberinto, 1993
Anyway, there are several things that attract my attention in this situation. One, the father of the young lady (my brother-in-law) is an anti-war and anti-government activist, plus he and my sister are massage therapists and vegetarians. So my niece grew up in a very “alternative” home. But she doesn’t act like somebody who’s not mainstream. She behaves like a happy, very well-socialized young American. So maybe the trick is having roots. If you have always lived in the same place, like her, you become part of it, in spite of your “alternative” parents.

Me, the daughter, me, the mother, me, the grandmother, me, the sister, me, nothing else, just me, all by myself... /Yo, hija, yo, madre, yo, abuela, yo, hermana, yo, nada más yo sola...,1993

There you have it. Maybe it’s really so, this business of putting down roots. I’ve lived for thirty years now in the same place, Mexico. (“Half of your life!” exclaimed a taxi driver, after dragging this fact out of me. “I’m not sixty!” I replied, indignant.)

Anyway, for more than half my life. And here I am writing this for a book of experiences of “Mexican women”. What’s more, a few years ago I represented Mexico (along with that other Mexican artist of dubious origin, Remedios Varo) in an exhibit in the National Museum of Women in Washington, DC. And not long ago I participated in a gathering of Mexican and “Chicana” women artists, as a Mexican, of course. As a matter of fact, I’ve been a “Mexican artist” for thirty years now. And...I’m even a member of an academic council here, in spite of my birthplace.
It all comes down to this: after all my protests and contradictions, I’ve ended up also being from here, from Mexico. So I’m Mexican, too, and proud of it.


Convention of Mexican and Chicana artists in Oaxaca, 2001/Convención de artistas mexicanas y chicanas en Oaxaca, 2001


Well, that sounds like a good ending for a text, but I have something else I want to talk about… (To be continued).



Juan Diego and the Virgin of Guadalupe/Juan Diego y la Virgen, 1994

Desde la orilla, tercera entrega

Ya estamos en la entrega de la tercera parte del ensayo "Desde la orilla", publicado en el libro "Gritos y susurros". Según la lógica cronológica del blog (valga la redundancia) hay que buscar abajo las entregas ya subidas. -CR

Cuando mi sangre todavía no era mi sangre.../when my blood was not yet my blood...,1993

Mi hijo mayor también ha tenido la experiencia de ser extranjero, pero en su propio país. En 1980 mi condición de pobreza extrema (bueno, pobreza extrema para la clase media, condición provocada por una desafortunada falta de aguante a la vida matrimonial) fue aliviada por una invitación de ser maestra de grabado en la Universidad Veracruzana, cosa que me permitió entrar en la vida real como persona solvente con quincenas módicas.
Dos semanas después de tomar la decisión de mudarnos y antes de que empezara el año escolar, tenía que encontrar una escuela para mi hijo. La única primaria en Xalapa donde aceptaban a este niño como alumno fue la Díaz Mirón, que tengo que decir de paso, se llama por un poeta acerca del cual tengo mis serias reservas. Mi amigo Guillermo Rousset que sabía de estas cosas, decía que Díaz Mirón escribía con una métrica perfecta, pero me parece que además de ser matón, el poeta tenía un don imperfecto para la metáfora o por lo menos para mí, molesto. ¿Qué es esto de “yo león, bla bla, y tú paloma para el nido”? ¿No van los leones con las leonas y las palomas con los palomos? En fin, a mí, sintiéndome leona y no paloma, me chocaba.
Bueno, la Díaz Mirón no tenía ningún niño rubio más que Luciano, entonces de entrada fue el Gringuito y de salida, discriminado. Cometí el error de meterlo en segundo año cuando tenía la edad de primero, porque ya sabía leer. Chico y agredido, se defendió haciéndose de la amistad y de los servicios de guarura de un niño de once años que también cursaba segundo año, cuyo paso por nuestra casa fue notorio por la repentina desaparición de las tijeras y la infestación de piojos que sufrimos todos los miembros de la familia, penosamente traída a nuestra desinformada atención por el peluquero.


Día del niño en la Díaz Mirón/Children's Day in the Díaz Miron Primary School, 1981

Como posible secuela de este incidente (¿con la intención de tratar de integrarse?) el joven (ya joven señor, es casado y papá) conserva hasta hoy en día la costumbre de hablar a todos los con quienes se topa (él que le vende cigarros, etc.) con una réplica precisa del acento de cada quien, cosa que hace sin pensar. Mi otro hijo, que siempre conserva el mismo acento, mexicano pero propio, considera esto “salvajemente camaleónico”. Claro, en la época de la Díaz Mirón, este hijo (Andrés) estaba a salvo, disfrutando un corto reinado como el consentido de su preprimaria.

Otoño gris (autorretrato desconsolada)/Grey autumn (self-potrait in a desolate state), 1993

Hubo una época en que contemplé cambiarme de nacionalidad. Finalmente no lo hice porque no pude ajustarme a la idea de no ser de donde nací. (Y la doble nacionalidad todavía no era opciónAdemás, supe que en la Universidad Veracruzana, para estar en Consejo Académico, había que ser “mexicano por nacimiento”. Esto me confirmó mi sospecha: los mexicanos nacen, no se hacen. En fin. Pero cuando todavía pensaba cambiar de nacionalidad, se lo comenté a mi papá por teléfono, y él se escandalizó. “Pero qué te pasa” le dije, “somos una familia de inmigrantes, hay una tradición de siglos de cambiar de país, de Francia a Escocia, de Escocia a Canadá de Canadá a América, etc...”. “Pero antes,” me contestaba, “Siempre nos cambiábamos hacia algo mejor...”. Que penoso me es a veces “ser de allá.” Pensando en esto y en el trato que da “mi” embajada a los pobres suplicantes de visas. Y en Iraq. Y en Bush, oh my God.

Cuando mi piel crecía en la piel de otro cuerpo/When my skin still grew in the skin of a different body, 1993

Acabo de ser el regalo sorpresa en la fiesta de cumpleaños 75 de mi mamá en Omaha, Nebraska. Mi querida mamá-- nunca pensé que al irme a los dieciocho no la tendría cerca más... ni modo. Otra gran verdad de los expatriados es que la familia no está muy presente como fuente de apoyo, ni es fácil ser fuente de apoyo para ellos. No les puedes pedir 25 dólares prestados hasta el lunes ni encargarles a los niños, ni quedarte en su casa si no quieres estar sola. Pierdes los cumpleaños y los Días de Gracias, y no estás para ayudar a cuidarlos cuando se enferman. Tampoco pensé en eso a los dieciocho.
Ahora resulta que la gran noticia es que una de mis sobrinas se casa-- y que su prometido se va un año a Iraq como soldado. Claro, el pobre se había metido hace años a las Reservas del Ejécito, seguramente pensando más en educarse y ayudar a las víctimas de desastres naturales que en el aspecto latente de acción militar. Nadie en la familia habla del año en Iraq. Más bien el énfasis de la línea de planeación tomada por la sobrina es quiénes van a ser las damas de honor y cómo pueden arreglárselas todas para ir a la misma peluquería antes de la ceremonia (parece que esto es una parte importante del rito) cuando la mitad son negras y la otra mitad blancas y las peluqueras que saben arreglar black hair no saben arreglar white hair y vice versa. Históricamente yo me he salvado de estas dilemas, porque como buena marginada no voy a la peluquera, y solamente después de resistir mucho, de forma poco decorosa y nada apreciada, asisto a las bodas.

Os remito a mi infancia/I refer you to my childhood, 1993

En fin, hay varias cosas que me llaman la atención de esta situación. Una, el papá de la joven (mi cuñado) es activista antiguerra y antigubernamental. El último hippie, digamos. La niña creció en una casa muy alternativa. Pero no se comporta como marginada. Se comporta como joven americana bien socializada. Quizás el chiste es arraigarse. Si has vivido siempre en el mismo lugar, como ella, te integras, a pesar de tus padres alternativos.


Ya ven, a lo mejor es cierto eso de la magia de arraigarse. Llevo 30 años en un lugar, en México. (“¡La mitad de su vida!” exclamó un taxista, al saber el dato. “¡No tengo sesenta años!”, repliqué indignada.)

Jardín interior, Juchitán/Interior garden, Juchitán, 2005

En fin, más que la mitad de mi vida. Y estoy escribiendo algo para un libro de experiencias de “mujeres mexicanas”. Es más, hace unos años, representé a México (junto con Remedios Varo, otra mexicana de origen nebuloso) en una exposición en el Museo de Mujeres en Washington. Y hace poco participé en un encuentro de artistas mexicanas y chicanas, como mexicana, por supuesto. De hecho, llevo treinta años de ser, “artista mexicana.” Y hasta soy integrante, ahora sí, de un consejo académico, a pesar de mi lugar de origen. Entonces, lo evidente es que a pesar de todo y en medio de todas mis protestas y contradicciones, resulta que también soy de aquí. Y tendría que decir, a mucha honra.

de los jardines de Juchitán/from the gardens of Juchitán, 2004

Bueno, suena como un buen final de texto, pero tengo algo más que comentar. Para continuarse...







lunes, 13 de agosto de 2007

Endangered Species/Especies en vías de extinctión


I am always disconcerted when I hear the observation –and I hear it frequently- that my work is nostalgic. Perhaps I react like this because I associate nostalgia with that which is sentimental and reactionary, and as an artist I feel a commitment to the present and the future, and thus an urge to be up-to-date, break new terrain, and to create something forceful. But at the same time I must admit that I am irremediably entwined with the past. There are old images that provoke in me an intensely pleasurable sensation mixed up with a bitter one, perhaps because they evoke a lost (and enticing) world and convey concurrently the impossibility of real access to it.

It’s as if these images- primarily photographs, were windows through which one looks out onto something half-seen, something disappeared, something so ephemeral that all that remains of it is a document of how the light fell in that place, at that moment, and what was left in shadow. I can copy this scheme of light and shadow, but what emerges from my testimonial efforts is an imaginary event. These images enter into my world, whose population consists of characters encountered who become my sisters, my grandparents, myself. This is a world where geography exists but without its immutable distances, where time is circular (as it must be, really), where everything can be recuperated, or where geography and time fold back in upon themselves (like a telescope, Lewis Carroll said, in the voice of Alice), and an old woman can reunite with herself as a child in a land of volcanoes, pyramids, and seas.

A few months ago I visited, in the Museum of Anthropology in Mexico City, an exhibit dedicated to an indigenous culture in the extreme south of the Americas, a culture which is about to disappear. I went home and contemplated a scene of two young women from this almost extinct people, nearly eighty years before, together with another photograph of an Easter morning forty years ago, depicting two young women of the American Midwest, one of them my mother. And I was invaded with the certainty that either we are all in danger of extinction (which is the most probable), or (and this is what we must imagine as long as we are still alive) somehow in some magical way we shall all be saved.

C Rippey March, 1987 for Akira the cat, 1996-2007



Siempre me ha causado consternación la observación –bastante frecuente—de que mi obra es nostálgica. Será porque asocio la idea de la nostalgia con lo sentimental y lo reaccionario, mientras siento como artista un compromiso con el presente, el futuro, y con la necesidad de ser vigente, de proponer, de hacer una obra fuerte. Pero confieso que al mismo tiempo estoy irremediablemente enredada con el pasado. Hay imágenes viejas que me provocan tanto una sensación de dulzura como de amargura, quizás por el mundo perdido que evocan y la imposibilidad de llegar a ello.
Digamos que estas imágenes –más que nada fotografías- son ventanas por las cuales se asoma uno a algo medio-visto, algo desaparecido, algo tan efímero que queda de ello solamente un documento de cómo cayó la luz en ese lugar en ese momento en el tiempo, y qué quedó en sombra. Puedo copiar ese esquema de luz y sombra, pero lo que emerge de mi esfuerzo testimonial es un evento imaginario. Las imágenes entran a mi mundo, cuya población son personajes encontrados que se vuelven mis hermanas, mis abuelos, yo misma. Es un mundo donde la geografía existe pero sin sus distancias inmutables, donde el tiempo se vuelve circular (como realmente ha de ser), donde todo se puede recuperar, o donde la geografía y el tiempo se repliegan (como un telescopio, decía Lewis Carroll con la voz de Alicia), y una anciana puede encontrarse de niña en un país de volcanes, pirámides, y mares.

Hace unos meses visité, en el Museo de Antropología de la ciudad de México, una exposición dedicada a una cultura indígena del extremo sur de América, que está a punto de desaparecer. Volví a casa y me quedé viendo una fotografía de hace más de ochenta años de dos jóvenes mujeres de esta raza casi extinta, junto con otra fotografía de un domingo de Pascuas de hace cuarenta años, donde aparecen dos jóvenes del medio oeste de los Estados Unidos, una de ellas mi madre. Y así me invadió la certeza de que o todos estamos en vías de extinción (que es lo más probable) o (y esto es lo que tenemos que imaginar mientras todavía estamos vivos) todos de alguna forma mágica nos salvamos.

C Rippey, marzo de 1987 para el gato Akira, 1996-2007

jueves, 5 de julio de 2007

Sobrevivir como artista

Tribal markings, 1983



Si hubiera escrito este texto hace diez años ó hace diez días hubiera sido otro. Afortunadamente lo escribí hasta ahora, con las vivencias de las chicanas y los comentarios útiles de mis colegas frescos en la memoria. Así pude darme cuenta de que entre las chilangas de la ciudad de México y entre las chicanas se están implantando dos estrategias de sobrevivencia diametralmente opuestas.

Cuando las chicanas usan su arte como herramienta de sobrevivencia, por medio de ello construyen su territorio, sanan su heridas, definen sus existencias, y se rescatan mutuamente en el contexto de sus raíces y de su comunidad. Desde ahí pueden lidiar, fortalecidas, con la sociedad en general. La situación para las artistas de la ciudad de México es bastante distinta. Somos participantes en el mundo del arte de una ciudad grande del tercer mundo. Estamos insertas en una situación de élites, relativamente aisladas, y tratando de mantenernos a flote.

México en este siglo ha tenido dos proyectos culturales paralelos, cada uno privilegiado en su momento. Uno se enfoca en establecer una identidad cultural nacional y a veces, latinoamericana. El otro intenta integrar a México a los movimientos culturales internacionales.

I,II,III,IV, Lagunas, 1994


Quisiera subrayar tres ideas que me han servido como metáforas para organizar el caos de este ensayo, y por ende, el asunto de la sobrevivencia. Estas son: la espiral ascendente, la pared de la historia y la maldición del segundo milenio.
La espiral ascendente. Este es un concepto probablemente emanado de la psicología estadounidense, que postula que en general la gente, léase, la gente de clase media, imagina su existencia como un proceso continuo de mejoramiento en todos los niveles. Cada vez trabajarán más, a sus hijos les irá mejor y juntos irán muy lejos. Pero en algún momento de la vida se tropiezan, se dan cuenta de su vulnerabilidad, y se vuelven fuente de ingreso para los terapeutas.
La Pared de la historia es un término utilizado por Michael Ondaatje en su novela "El Paciente Inglés". Los protagonistas son derrotados no por sus idiosincrasias personales pero por su inserción en su coyuntura. La historia, su inmersión en la guerra, interviene en sus vidas de manera devastadora.



La maldición del segundo milenio. Leí hace muchos años un libro bastante original, llamado "El origen de la conciencia en la ruptura de la mente bicameral," de Julian Jaynes. El autor pretende probar que los humanos, antes del segundo milenio antes de Cristo, operábamos con el cerebro dividido orgánicamente de forma más tajante que hoy en día, entonces, para que el lado cognitivo se comunicara con el lado instintivo, tenía que gritar. Así es que la gente de esa época escuchaba voces, un poco al modo de los esquizofrénicos de ahora. Según Jaynes, en el segundo milenio hubo una serie de desastres naturales, incluyendo la erupción de un volcán en el Mediterráneo seguida por una inundación de las regiones costeras, seguida por una época de guerra y barbarie por todas partes protagonizado por los asirios. En el caos que siguió, las civilizaciones estables pero frágiles se derrumbaron y la gente que sobrevivió bajo el estrés de las nuevas condiciones fue la que logró coordinar los dos lados de su cerebro lo suficiente para poder pensar de formar subjetiva y así reaccionar con más rapidez e inteligencia.


Los setenta

Ahora, para entrar en materia, y desarrollar el concepto del espiral ascendente, les platico como lo experimenté en mi propia vida en México...Cuando llegué a México en 1973 casi nadie se interesaba por los jóvenes, a diferencia de ahora. Donde los jóvenes podíamos verter nuestra energía fue en el movimiento de los grupos, colectivos de artistas que fueron creados con la intención de hacer arte público con un trasfondo político. No sé si realmente en algún momento los grupos tuvieron un impacto político, pero lo dudo mucho. Pero sí sirvieron para juntar a los artistas y ponerlos a experimentar con formas de trabajar en comunidad. Al terminar la década, se iban acabando los grupos-- el momento político y económico ya era otro, y mi generación empezó a entrar en las galerías.

Pensando en mis colegas de jóvenes, les voy a platicar una teoría seguramente nada científica pero que aplicada a mis experiencias en México me ha funcionado bien. Ahí les va...Los pintores hombres, provenían en general de hogares en los cuales el padre era débil o ausente. Supongo que al estar presente, habría dirigido al hijo hacia otra profesión más razonable como arquitecto. El único artista que conozco que es hijo de empresario está peleado a muerte con su papá. Las mujeres artistas, por el otro lado, tendían a venir de familias logradas, con un padre presente y exitoso. No sé si la cultura y la seguridad económica de su familia les daba un apoyo crítico, o si heredaron la energía de sus padres, pero al parecer a sus familias no les molestaba que una mujer fuera a embarcarse en una carrera poco práctica.




Por ende, en mi generación, las mujeres ostentaban a menudo un origen social más privilegiado que los hombres. Yo por mi parte soy otra historia, y mi padre es un desmadre simpático, pero entre tanto, en 1979 me divorcié, en un país extranjero, sin apoyo mas que moral de mi familia lejana, y con la responsabilidad de mantener y cuidar a mis dos pequeños hijos.

Los ochenta

Curiosamente nunca dudaba de la viabilidad de vivir de comercializar el producto no adulterado de mi imaginación, es decir, de la venta de mi obra. Además, aunque estar sin marido me creó broncas económicas y culpas emocionales, me resolvió varios asuntos. Uno, ya no me sentía en conflicto en cuanto a mis prioridades y en mi identidad como artista versus madre versus esposa. Si no trabajaba yo, mis hijos no comían, o por lo menos así les hice creer. Esta fue mi solución particular a este conflicto, no quizás el mejor, pero lo que es indudable es que combinar la maternidad con ser artista es problemático y, por ende,
las artistas tenemos menos hijos que las mujeres en general. En fin.

1974: retrato de Luciano Pascoe Rippey (1994)
Durante cinco años sobreviví enseñando grabado en la Universidad Veracruzana. A partir de 1985 volví al DF, en plena época del terremoto y, efectivamente, en adelante viví, modestamente, de vender mi obra. Mi método en particular fue vender mucho grabado, tanto suelto como en ediciones, y cultivar una serie de coleccionistas que accedían a comprar mis dibujos. Exponía en galerías a veces, pero ninguna me manejaba. El sistema de mercado "típico del modernismo europeo," como se ha caracterizado, todavía estaba en vigor en México.




Por aquellos años Mónica Mayer hizo una encuesta entre los artistas de mi generación: resulta que la mayoría de ellos, de ambos sexos, complementaban sus ingresos de alguna forma. Mónica me comentó que en el último censo hubo 17 mil mujeres dedicadas a la cultura de alguna forma, y 16 mil de ellas ganaban menos del salario mínimo. Pero en aquel entonces la posibilidad de vivir de "eso" existía, y era fácil imaginarse (y tengo mucha imaginación) siguiendo los pasos de Tamayo y Toledo.

retrato de Andrés Pascoe Rippey, 1983



Quisiera hacer un paréntesis para comentar algo de la obra de mujeres en esa época. Existían esfuerzos valientes para hacer un arte o comunitario o feminista o las dos cosas, notablemente de parte de Mónica Mayer y Maris Bustamante, pero el tono en general que recuerdo era más bien intimista. Este intimismo a veces se acercaba a tendencias como el Neomexicanismo, como en el caso de Dulce María Núñez. Pero en general, aunque hubo coqueteo, no hubo casamiento. De paso, me parece interesante como Betsabé Romero ha retomado esta iconografía recientemente de modo muy propio. Como es sabido, cuando estaba vigente el Neomexicanismo la iconografía mexicana se acercaba a la chicana.

El hecho de que esa iconografía perduró entre los del norte mientras que entre los del sur cayó en el olvido, resalta como la iconografía de los chicanos es una parte indeleble de su identidad, mientras que en el resto de los mexicanos fue una forma de abordar la identidad que fue impulsada y luego agotada por el mercado, para ser finalmente víctima de la época.

Los Noventa

Recuerdo los últimos años de los ochenta y los primeros de los noventa como tiempos de efervescencia y acercamiento entre los artistas. Aparte de muchas galerías nuevas, surgieron espacios manejados por artistas-- Zona, El Gheto, La Agencia, La Quiñonera, El Salón des Aztecas(sic). Ninguno ha sobrevivido, pero otra generación retomó el principio con los espacios de Temístocles y la Panadería, entre otros. Empezaron a llegar muchos artistas extranjeros en esa época.

Particularmente del 90 en adelante, de Bélgica, Inglaterra, Canadá, Austria y Texas, entre otros lugares. Habíamos recibido cubanos a principios de los ochenta y chilenos, argentinos y colombianos en todos momentos, pero de repente el medioambiente de las artes visuales en la ciudad de México estaba cambiando; la presencia extranjera pesaba más.
Así, primero lentamente y luego con más rapidez, se fue construyendo la pared de la historia. La pared de la historia fue en esta instancia la llegada de la globalización a México, el cambio radical de soportes preferidos de pintura, a video, instalación, y sus variantes, y la reconformación del mundo de la cultura en su imagen. Como toda pared de la historia fue un hecho histórico que no se pudo evitar y que cambió el curso de muchísimas vidas. No la he estudiado formalmente, pero la he observado.


de la serie, "Santas y pecadoras", 1983








Lo pude observar, por ejemplo, en la reinauguración del museo Rufino Tamayo bajo la dirección de Osvaldo Sánchez, hace unos meses. Se presentaron dos exposiciones mayores. Una, "Arte Operativo", op-art contemporáneo, piezas grandes y vistosas. Otra, una retrospectiva de escultura contemporánea, con explicaciones muy detalladas en las paredes sobre el significado de las piezas. Además, el lugar que antes estaba destinado a los cócteles había sido felizmente transformado en un centro de difusión de información, donde se puede consultar computadoras con información especializada en las artes u hojear cómodamente, sentado en un sofá, una gran diversidad de revistas de arte. Ahora hay una cafetería con tienda de regalos y librería. Y todo con excelente gusto. Fue tan vistoso como la entrada de Cristo a Bruselas.

Fue la entrada del primer mundo museístico a México. La verdad, me gustó. Pero me dejó con algunas inquietudes. El museo ya es didáctico, y no templo. Bien. Pero, me fijé, no había ni un objeto expuesto que pudiera colgarse o ponerse en una casa particular sin violentar el espacio.
Esto me puso a reflexionar sobre arte público y arte privado. O mejor, arte basado en idiosincrasia personal. Es uno de los extremos del espectro del arte actual. Ahí se encuentra el arte de los manicomios, de los niños, de las etnias, más lo kitsch, lo naïf, lo primitivo, y a veces, el arte de las mujeres. Es lo que también se ha denominado outsider art. En los años ochenta en México, no había mucha diferencia entre este arte y el arte "mainstream", favorecido por los críticos, galerías y museos.
Al otro extremo del espectro está el arte conceptual, el arte de lectura sofisticada, el arte de las nueva tecnologías. Recuerdo un cuento de ciencia ficción-- se llamaba "Tiger by the Tail"-- en que se encuentra una bolsa de mano que adentro conduce a otra dimensión. Los científicos tratan de enganchar a la otra dimensión para jalarla para fuera, pero son jalados para adentro por una fuerza superior. Sospecho que esta bolsa está por este lado del espectro, y que adentro del la bolsa está nuestro futuro. Este es el lado de la luz. Pero también es el lado más estéril. Y sospecho que hay otra bolsa por el lado de la idiosincrasia, que también conduce a otra dimensión, pero esa vez a la del pasado, a los orígenes. Y este es el lado denso, fértil, oscuro, ¿femenino? Siempre habrá una dialéctica entre los dos lados. Hay que ver con atención cómo se desarrolla.


foto de Dennis Callwood, 1994


Carla Rippey
2001, para
Réplica 21